Seguía con el gato en sus brazos.
-pobre desgraciado-dijo, haciéndole cosquillas en la cabeza-, pobre desgraciado que ni siquiera tiene nombre. Pero no tengo ningún derecho ponérselo: tendrá que esperar hacer el gato de alguien. Nos encontramos un día junto al río, pero ninguno de los dos le pertenece al otro. El es independiente y yo también. No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar en donde yo esté en mi lugar y las cosas están en el suyo. Todavía no estoy segura de donde está ese lugar. Pero sé qué aspecto tiene.-Sonrió, y dejó caer a él gato al suelo-. Es como tiffany’s-dijo-. Y no creas que me muero por las joyas. Los diamantes y. Pero llevar diamantes sin haber cumplido los 40 es una horterada; y entonces todavía resulta peligroso. Sólo quedan bien cuando la llevan mujeres verdaderamente viejas María ouspenkaya. Arrugas y huesos, y diamantes: me muero de ganas de y ese momento. Pero no es eso lo que me vuelve loca de tiffany’s., ¿sabes esos días en los que te viene la malea?
- ¿algo así como cuando sientes morriña?
-no -dijo lentamente-. No, la morriña te viene porque has engordado o por que pruebe muchos días seguidos. Te quedas triste, pero nada más. Pero la malea es horrible. Te entra miedo y te pones a sudar horrores, pero no sabes de qué tienes miedo. Sólo que va a pasar alguna cosa mala, pero no sabes cuál. ¿Has tenido esa sensación?
-Muy a menudo. Hay quienes lo llaman angst
-de acuerdo. angst. Pero ¿cómo le pone remedio?
-No sé, a veces ayuda una copa.
Ya lo he probado. También he probado con aspirinas. Rusty opina que tendría que fumar mariguana, y lo hice, una temporada, pero sólo me entra la risa tonta. He comprobado que lo que mejor me sienta es tomar un taxi e ir a tiffany’s. Me calma de golpe, el silencio, esa atmósfera tan arrogante; en un sitio así no podría ocurrirte nada malo, sería imposible, en medio de todos esos hombres con los trajes tan elegantes y es encantador aroma a Plata y a billetera de cocodrilo. Se encontrase un lugar de la vida real en donde me sintiera como me siento en tiffany’s me compraría unos cuantos muebles y le pondría nombre el gato. He pensado que, después de la guerra, Fred y yo...-alzó sus gafas al sol y sus ojos, todos sus diversos colores, los grises y las motas verdes y azules habían adquirido una agudeza visionaria-.