Camino a casa del gimnasio en bicicleta, por una calle de tierra, iba esquivando hoyos. Una mujer en medio de la vía alza los brazos y me pide un momento (que me detenga) me dice que tiene a su esposo dentro y necesita meterlo a la cama; replica a su favor que no le quedan fuerzas.
Entro a la pieza, las ventanas están encima, cubiertas por todos sus objetos quienes se apilan sobre las paredes; tan sólo la luz velada por las cortinas logra acumularse con las fibras.
Aquel caballero de rodillas junto a la cama, rígido su cuerpo tembloroso mantiene su silencio, su silla de ruedas le acompaña a un lado.
La mujer vuelve sobre mi que no tenia más fuerzas y me explica como debo sujetarlo para que se acueste en la cama; su bata, la sonda.
Con mis manos podía sostener sus piernas.
La reunión del pulgar con la punta de los demás dedos de mi mano.